América Latina. ¿Qué pasa cuando nacen menos chicos y las personas viven más?

PRENSA l Megan Ballesty & Ramiro Albrieu l Junio 2025

Este artículo fue publicado por el diario La Nación. Para acceder a la publicación original hacer clic aquí

Mientras discutimos las oportunidades y amenazas que representan los avances de la Inteligencia Artificial, el cambio climático y los nuevos (des)equilibrios geopolíticos para el mundo del trabajo, opera por lo bajo otra transformación gradual pero inexorable: la transición demográfica. Son dos las tendencias que están reconfigurando la estructura poblacional en América Latina y el Caribe y que ocupan cada vez más espacio en el debate público: la caída en las tasas de fertilidad y el aumento en la esperanza de vida. ¿Qué implican estos cambios para el presente y el futuro de la región? Fue la pregunta que abordamos en la mesa de diálogo sobre transición demográfica organizada por ParlAméricas en Montevideo unos días atrás. Junto a parlamentarias y parlamentarios de toda la región, exploramos estos desafíos a la luz de tres horizontes temporales: los cambios que ya están en marcha, los que se avecinan y el futuro que podemos construir.

Escenario 1: menos chicos, más adultos mayores. En línea con los demás países emergentes, la población de América Latina y el Caribe experimenta las dos transiciones mencionadas: tasas de natalidad en caída y mayor esperanza de vida. Esto ya tiene efectos visibles en las dinámicas de educación y empleo.

Para empezar, ya hay menos niños y niñas que hace algunas décadas atrás. Desde 2001 la población menor de 15 años cae año a año y hoy es un 12% menor que entonces. Esto tiene impactos variados en la sociedad. Uno es positivo y se relaciona con el sistema educativo: al haber menos estudiantes en primaria y secundaria, se reduce la presión sobre la infraestructura escolar y se abre la oportunidad de redoblar la inversión por cada alumno.

Uno de los factores fundamentales detrás de la caída de los nacimientos es la reducción del embarazo adolescente. En lo que va del siglo, la tasa de fertilidad de las mujeres latinoamericanas de 15 a 19 años se redujo un 40%. Con menos responsabilidades de cuidado a edades tempranas, hay más mujeres jóvenes estudiando, trabajando o buscando trabajo. Frente a este nuevo escenario aparece otra área de oportunidad: repensar las transiciones clave en la vida de las jóvenes, desde la escuela secundaria hasta la educación superior, y de los trayectos educativos al primer empleo. Innovar en estos tramos con enfoque de género puede marcar grandes diferencias frente a las nuevas realidades demográficas.

Pero la transición no se limita a la cantidad de nacimientos: también vivimos más que en cualquier momento de la historia. En este contexto, la participación de la población de más de 65 años se duplicó desde el año 2000: hoy alcanza el 10% de la población total de la región y, en 50 años, llegará al 30%. El envejecimiento poblacional genera presiones para la sociedad, ya que aumenta las demandas sobre tres sistemas clave: la salud, los servicios de cuidados y el sistema previsional. Para los mercados laborales, eso se traduce en la necesidad y oportunidad de formar más profesionales para estos sistemas y de potenciar los llamados age-friendly jobs, aquellos que capitalizan la experiencia y posibilidades de los trabajadores de más edad.

Escenario 2: mercados laborales en contracción. Si el primer escenario nos habla de efectos en marcha, el segundo mira un poco más allá y nos alerta sobre los desafíos que se avecinan. Hasta ahora hablamos de un cambio en la composición de la población pasiva: menos niñas y niños compensado con más adultos mayores. Sin embargo, a medida que pase el tiempo comenzará a caer la población en edad de trabajar, y esto no se revertirá porque –obviamente– hoy hay menos niños. En ausencia de otros cambios, se proyecta un mercado laboral cada vez más chico.

Veámoslo con algunos números. Hoy, el 68% de la población tiene entre 15 y 64 años; es el punto máximo de población en edad de trabajar que la región tuvo y se espera que tenga (etapa conocida como dividendo demográfico). Durante algunos años más esta proporción se mantendrá relativamente estable. Pero en una década o dos comenzará a disminuir: los jóvenes que ingresen al mercado laboral ya no compensarán a los adultos que pasen al retiro.

El fin del dividendo demográfico recrudecerá un desafío que ya atravesamos en el siglo XX: una mayor tasa de dependencia, es decir, una menor proporción de personas en edad de trabajar en relación con una población pasiva que se expande. A través de los sistemas de pensiones o de transferencia privadas, la población activa siempre ha tenido la responsabilidad de contribuir con el bienestar de los niños y niñas, las personas retiradas o quienes no están en condiciones de generar ingresos. ¿Cómo lograr que menos trabajadores y trabajadoras puedan generar ingresos suficientes para sostener a una población pasiva que crece?

Buscar esta respuesta nos enfrenta con un desafío tan urgente como histórico: aumentar la productividad laboral. Es un tema complejo para la región: hoy se necesita de tres personas en América Latina y el Caribe para producir el mismo valor agregado que produce una sola persona en un país de altos ingresos. No se trata de falta de inventiva ni voluntad, sino que en la región se trabaja en entornos con tecnologías y arreglos organizacionales antiguos. Es la punta de un iceberg que se complementa con sistemas educativos desfinanciados y serios problemas de diseño y resultados, un sistema financiero raquítico, macroeconomías inestables, baja inversión en investigación y desarrollo, y unas cuantas cosas más.

Escenario 3: diseñar el futuro. A diferencia de los escenarios anteriores, que exploran tendencias ya visibles o inminentes, este tercer horizonte mira hacia el largo plazo. ¿Qué hacer para que el envejecimiento poblacional no se convierta en una carga imposible de sostener? Cinco pilares podrían ser la base de ese futuro frente a los desafíos demográficos que abordamos:

Primero, un sistema educativo ágil frente a las nuevas necesidades, que acompañe a las personas en cada etapa de la vida. Esto significaría expandir el acceso a la educación en la primera infancia, etapa clave para el desarrollo de habilidades socioemocionales y blandas; mejorar la calidad de la educación básica para garantizar que todas las personas consoliden competencias fundamentales y modernizar la educación técnico-profesional para responder a trayectorias laborales cada vez más dinámicas.

Segundo, una red de cuidados accesible y de calidad, que atienda a una población que envejece, pero que también genere empleos dignos y bien remunerados. Expandir y profesionalizar el sector del cuidado, donde trabajan mayormente mujeres, también podría contribuir a achicar la brecha de género de participación y de ingresos del mercado laboral.

Tercero, estrategias para impulsar la productividad laboral. Con la población en edad de trabajar proyectada en caída, potenciar el valor que cada persona puede generar con su trabajo (y los impuestos que pague) es fundamental. ¿Cómo sino podrían financiarse las reformas en las áreas educativas y de salud que hacen falta? El fomento a la productividad laboral requiere políticas sistémicas e inversiones estratégicas que impulsen sectores con alto potencial de crecimiento y transformación, como la tecnología, su intersección con la ciencia, los servicios digitales, la economía creativa y del conocimiento, los empleos verdes y la economía del cuidado.

Cuarto, en un contexto de envejecimiento poblacional y prolongación de la vida laboral, es fundamental impulsar los age-friendly jobs. Promover entornos laborales inclusivos y flexibles puede mejorar la calidad de vida de los trabajadores de mayor edad y promover la productividad a través de la diversidad generacional en las organizaciones, pero además es una buena estrategia para contrarrestar la contracción de los mercados laborales.

Y quinto, igualdad de género. Cerrar la brecha de género es una cuestión de justicia, pero desde un punto de vista demográfico donde cada persona en edad de trabajar cuenta, es además una decisión estratégica. No tiene sentido afrontar un futuro de menos trabajadores dejando a la mitad del talento disponible fuera de las oportunidades. Eso implica abrir más caminos para las mujeres en sectores con buenas perspectivas futuras –como el empleo en áreas STEM y verdes– y mejorar las condiciones de trabajo en aquellos donde ya están representadas.

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