
Empleos verdes y tecnologías agrícolas sostenibles
El caso de la producción de quinua en los países andinos
DOCUMENTO TÉCNICO l Beatriz Muriel, Javier Aliaga & Lucía Garcia l Julio 2025
En los países andinos, cerca de un tercio de las personas ocupadas trabaja en la agricultura familiar, actividad esencial para garantizar la seguridad alimentaria y sostener las economías rurales. Sin embargo, este sector enfrenta desafíos significativos: altas tasas de empleo precario, bajos ingresos, prácticas de producción no sostenibles y una alta vulnerabilidad frente al cambio climático. Por eso, cualquier estrategia para construir un futuro del trabajo más justo, productivo y sostenible debe responder una pregunta central: ¿cómo podemos transformar los empleos rurales para que sean más productivos, verdes y decentes?
¿Puede la producción de quinua impulsar la creación de empleos verdes?
La producción de quinua en Bolivia, Perú y Ecuador, tres de los productores principales, es un caso clave para analizar esta transformación. En las últimas décadas, este cultivo pasó de ser un alimento tradicional a un producto con alta demanda internacional, impulsado por su valor nutricional y la declaración del Año Internacional de la Quinua en 2013. Este crecimiento abrió nuevos mercados y generó empleo e ingresos para miles de familias productoras. Sin embargo, también trajo desafíos: practicas que degradaron suelos, redujeron rendimientos y limitaron el potencial del sector para promover ingresos justos, estables y sostenibles.
La transición hacia una agricultura más verde, a partir de un mayor uso de tecnologías y prácticas sostenibles, puede dinamizar la actividad agrícola y generar empleos de calidad, incluso agricultura familiar de pequeña escala. Pero, ¿cómo impulsar la adopción de estas tecnologías y prácticas en contextos rurales? Desde Sur Futuro junto al Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo (INESAD), abordamos esta pregunta a partir de cuatro pilares:
Desarrollo de una taxonomía pionera de prácticas y tecnologías agrícolas sostenibles para identificar el trabajo verde en la agricultura familiar.
Evaluación del grado de adopción de estas prácticas en Bolivia, Perú y Ecuador.
Identificación de factores que limitan su adopción, tanto internos como externos.
Análisis con perspectiva de género para detectar barreras específicas que enfrentan las mujeres productoras.
¿Cómo sabemos que estamos ante un empleo verde en la agricultura familiar?
Reconocer el empleo verde en la producción agrícola –especialmente en la agricultura familiar– sigue siendo un desafío, ya que no existen definiciones ni metodologías definitivas para identificarlo.
El estudio propone una definición de empleo verde adaptada al contexto de la agricultura familiar andina, basada en dos criterios fundamentales: que la actividad sea compatible con el cuidado del ambiente y que genere ingresos justos, estables y sostenibles para quienes las realizan. Este enfoque se basa en la definición de la Organización Internacional del Trabajo, pero se ajusta a la realidad de las pequeñas unidades productivas, donde no existen relaciones laborales formales o un empleador responsable, y donde las actividades productivas se fusionan con las responsabilidades del hogar.
Al mismo tiempo presenta una taxonomía de 15 enfoques de agricultura sostenible diseñada para identificar aquellas actividades que logran una producción que respete el cuidado por el medio ambiente. Estas prácticas combinan saberes tradicionales, avances tecnológicos e innovación para reducir los impactos ambientales, aumentar la resiliencia climática, optimizar el uso de recursos y mejorar la productividad, siempre con la premisa de cuidar la tierra y las personas que la cultivan.

¿Qué incluye la taxonomía de prácticas sostenibles?
Esta herramienta permite visibilizar prácticas que ya existen en los territorios. Desde propuestas tradicionales como la agroecología o la agricultura orgánica, hasta enfoques más recientes como la agricultura climáticamente inteligente o circular, esta clasificación reúne un conjunto amplio de estrategias productivas. Todas comparten un mismo horizonte: cuidar la tierra, fortalecer los ecosistemas, mejorar la productividad y generar medios de vida más justos y sostenibles.
Ahora que sabemos identificarlas, ¿cuál es el nivel de adopción de las tecnologías agrícolas sostenibles?
En los tres países, la adopción de prácticas sostenibles para el cultivo de quinua sigue siendo baja, aunque comienzan a verse señales de cambio. El estudio —basado en encuestas, datos cuantitativos y diálogos con productores y especialistas— revela una incorporación parcial de nuevas tecnologías, avances desiguales y desafíos compartidos para mejorar la sostenibilidad de la actividad.
Los avances se estiman o aproximan a través del manejo del suelo, selección de semillas, uso del agua, control de plagas y cosecha. Aunque aún predominan las tecnologías tradicionales, algunos productores ya incorporan estrategias más sostenibles —como abonos orgánicos, labranza mínima, barreras vivas, semillas certificadas y riego por goteo—, sobre todo quienes buscan certificaciones para exportar.
Sin embargo, persisten obstáculos: el acceso a semillas certificadas sigue siendo limitado, el uso de pesticidas continúa en la producción convencional y muchas zonas enfrentan dificultades para conservar la humedad del suelo y mejorar la eficiencia hídrica. La cosecha, por su parte, combina técnicas manuales y mecanizadas, con avances dispares entre países.
¿Qué obstáculos aparecen para adoptar tecnologías sostenibles en la producción de quinua?
Si las prácticas y tecnologías agrícolas sostenibles mejoran los rendimientos de la tierra y los ingresos de las familias productoras, ¿por qué su adopción sigue siendo limitada?
Basado en mesas de diálogo y encuestas a productoras y productores, el estudio muestra que las decisiones de adoptar nuevas tecnologías se toman en contextos de alta incertidumbre climática, económica y técnica. En esos escenarios, la seguridad de lo conocido suele pesar más que la promesa de mayor rentabilidad y sostenibilidad futura.
El documento identifica dos grandes grupos de factores que influyen en estas decisiones: factores vinculados a las y los productores, y factores del entorno.

Se vinculan con su situación y percepciones. Entre ellos predomina la aversión al riesgo, ya que los beneficios de estas tecnologías no son inmediatos y conllevan inversiones iniciales costosas. A esto se suman restricciones financieras, especialmente entre quienes no acceden a créditos o deben asumir los costos de la certificación o logística para exportar. También hay una brecha de conocimiento técnico, profundizada por niveles educativos bajos o capacitaciones poco accesibles. Finalmente las tradiciones y costumbres pueden generar desconfianza o resistencia frente a la innovación.
Factores de las y los productores
Factores del entorno
El contexto también impone obstáculos estructurales. Entre ellos se destacan el acceso limitado a financiamiento e infraestructura, la escasa asistencia técnica, las dificultades para acceder a mercados y políticas públicas poco articuladas o sin continuidad. Estos factores restringen las condiciones para innovar y exigen un rol más activo del Estado y otros actores para acompañar la transición.
Las barreras son más altas para las mujeres productoras
Los enfoques tradicionales para medir la desigualdad de género no reflejan adecuadamente la dinámica de las pequeñas unidades agrícolas familiares, donde las decisiones suelen ser compartidas y las fronteras entre lo doméstico y lo productivo se diluyen. Sin embargo, incluso cuando se consideran estas dinámicas, la evidencia muestra que los roles de género en la agricultura y la cultura siguen siendo una barrera que impide a las mujeres acceder a tecnologías sostenibles en los tres países.
Aunque en Bolivia y Ecuador predomina la toma de decisiones conjunta, en Perú los hombres suelen concentrar el liderazgo. En todos los casos, la división tradicional de roles limita el acceso de las mujeres a nuevas tecnologías.
Mientras que los hombres suelen encargarse de la preparación del suelo, la siembra y la cosecha, las mujeres tienden a asumir tareas que suelen tener menor reconocimiento en el proceso productivo —como la selección de semillas, el control de plagas y el almacenamiento poscosecha—. Estas responsabilidades se suman al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, lo que limita su tiempo para formarse o explorar nuevas prácticas agrícolas.
También enfrentan mayores restricciones presupuestarias, menor acceso a tierra, crédito, tecnología e internet, y menos oportunidades de formación técnica. Estas barreras, sumadas a normas socioculturales que limitan su poder de decisión, reducen sus posibilidades de adoptar prácticas que podrían mejorar su productividad y bienestar.
En Bolivia, hubo avances legales en la titularidad femenina de la tierra, pero persisten barreras culturales y desconfianza hacia la asistencia técnica. En Perú y Ecuador, las brechas son aún mayores: si bien se han implementado políticas con enfoque de género, todavía no logran responder de forma integral a las necesidades específicas de las mujeres rurales ni garantizar su acceso equitativo a los recursos.
¿Cómo avanzar hacia un modelo que integre prácticas tradiciones con tecnologías sostenibles?
Avanzar hacia una agricultura más verde y equitativa requiere estrategias de política pública que reconozcan estos desafíos y faciliten la adopción de tecnologías sostenibles en el cultivo de quinua, sin perder de vista el valor de las prácticas tradicionales. Arraigadas en la cultura andina, estas prácticas reflejan nociones de sustentabilidad y cuidado de los recursos que hoy necesitamos volver a poner en el centro de los modelos de producción. Combinar innovación con saberes ancestrales puede fortalecer los ecosistemas, mejorar los ingresos y aumentar la resiliencia de las familias productoras.
¿Cómo seguimos? Nos sumergiremos en una de las principales barreras para la adopción de tecnologías sostenibles: la aversión al riesgo. Para entender la magnitud y la naturaleza del desafío, llevaremos a cabo un experimento con productores y productoras centrado en sus decisiones de inversión. Este segundo estudio permitirá explorar cómo inciden el riesgo percibido, las restricciones presupuestarias y la preocupación por el cambio climático en las decisiones de adopción tecnológica, y abrirá nuevas pistas para diseñar políticas públicas que promuevan una agricultura más resiliente.
